Estos han sido días de reflexión, y algunos hemos estado en nuestra salsa!
Una de las circunstancias más llamativas de entre todas las que se han podido analizar, es la de las manifestaciones del miedo en todas sus facetas.
Hoy quiero hablaros de eso, el miedo, una emoción básica que desencadena conductas con el objetivo de salvaguardarnos. A veces de forma funcional, ante un peligro real, otras de forma disfuncional.
Para empezar, voy a lavarle un poco la cara a esta emoción, a veces tan denostada. Podemos leer a diario decenas de artículos animándonos a salir de la zona de confort, a ser valientes, a lanzarnos a mil aventuras… Pero el miedo cumple una función adaptativa. Os imagináis una vida sin miedo? Tiene una parte muy atractiva, novedad, adrenalina…pero también una parte de peligros innecesarios. El quid de la cuestión es el discernimiento, una vez más la autoobservación, para llegar a vislumbrar, hasta qué punto, en cada situación en la que siento miedo, estoy construyendo protección, autocuidado, o bien es un miedo irracional y paralizante.
La psicología ofrece numerosas técnicas que nos ayudan a llegar a conclusiones en ese sentido, y así, llegar o bien a la evitación del estímulo amenazante, o por el contrario, enfocarse en conocer de dónde surge esa emoción si no es adaptativa.
Puede darse la circunstancia de que, a partir de un miedo adaptativo y funcional, se desarrollen actitudes extremas no saludables. Esto se ha podido observar durante el desarrollo de la pandemia Covid-19. Las precauciones en principio necesarias, pasan en muchas personas a pensamientos obsesivos, conductas evitativas y cuadros de ansiedad cuando no puede darse la evitación.
Es aquí dónde creo, estaría bien preguntarse, ¿ lo qué pretendo sea un beneficio, acaba siendo un mayor problema que aquello que quiero evitar? Aunque admito riesgo real ¿deseo asumirlo porque creo mayor la ganancia que la pérdida?